14 septiembre 2009

se han...

...terminado; ya se han traspasado todos los cuentos desde la página original, no quedan más... si alquien quisiera, me puede enviar cuentos al e-mail, para luego subirlos aquí...




gracias!!

Trabajo muy duro


Un estudiante de artes marciales fue hasta su profesor y seriamente le dijo, “Soy un devoto al estudiar su sistema marcial. ¿Cuánto tiempo me tomará dominarlo?”. La respuesta del profesor fue improvisada, “Diez años”.

Impacientemente, el estudiante replicó, “Pero quiero dominarlo mucho antes que eso. Trabajaré muy duro. Practicaré a diario, diez o más horas al día si es necesario. ¿Cuánto tiempo tomaría entonces?” El profesor pensó por un momento, “veinte años”.



(En otras versiones de esta historia, el estudiante dice que está impaciente por obtener la “iluminación”.)

Buscando a Dios

Un ermitaño meditaba junto a un río cuando un joven lo interrumpió. “Maestro, deseo convertirme en su discípulo”, dijo el muchacho. “¿Por qué?”, contestó el ermitaño. El joven pensó por un momento. “Porque quiero encontrar a Dios”.

El maestro se puso de pie de un salto, lo agarró del pescuezo, lo arrastró hasta el río, y sumergió su cabeza en el agua. Después de mantenerlo allí por un minuto, con él pateando y forcejeando por liberarse, el maestro finalmente lo sacó del agua.

El joven tosía agua y jadeaba para recuperar su aliento. Cuando se aquietó, el maestro habló. “Cuénteme, qué era lo que usted más deseaba cuando estaba debajo del agua”. “¡Aire!”, contestó el muchacho.

“Muy bien”, dijo el maestro, “váyase a casa y vuelva a mí cuando usted desee a Dios tanto como lo que acaba de desear aire”

Sin miedo

Durante las guerras civiles en el Japón feudal, un ejército invasor podía barrer rápidamente con una ciudad y tomar el control.

En una aldea en particular, todos huyeron momentos antes que llegara el ejército; todos excepto el maestro de Zen.

Curioso por este viejo, el general fue hasta el templo para ver por sí mismo qué clase de hombre era este maestro. Como no fuera tratado con la deferencia y sometimiento a los cuales estaba acostumbrado, el general estalló en cólera. “¡Estúpido!”, gritó mientras alcanzaba su espada, “¡no te das cuenta que estás parado ante un hombre que podría atravesarte sin cerrar un ojo!".

Pero a pesar de la amenaza, el maestro parecía inmóvil. “¿Y usted se da cuenta?”, contestó tranquilamente el maestro, “¿que está parado ante un hombre que podría ser atravesado sin cerrar un ojo?”



(Otras versiones de esta historia, después describen cómo el general, sorprendido y atemorizado por el maestro, se va tímidamente.)

Yo verdadero

Un loco se acercó al maestro de Zen. “Por favor, maestro, me siento perdido, desesperado. No sé quien soy. Por favor, muéstreme mi yo verdadero”. Pero el profesor sólo desvió la mirada sin responder. El hombre comenzó a suplicar, pero aún así el maestro no le dio respuesta. Finalmente rindiéndose en frustración, el hombre se dio vuelta para marchar. En ese momento el maestro lo llamó por su nombre en voz alta. “¡Si!” dijo el hombre mientras se giraba. “¡Allí está!”, exclamó el maestro.

Una vida inútil

Un granjero se puso tan viejo que no ya podría trabajar los campos. Así que pasaría el día sentado en el pórtico. Su hijo, aún trabajando la granja, levantaba la vista de vez en cuando y veía a su padre sentado allí. “Ya no es útil”, pensaba el hijo para sí, “¡no hace nada!”. Un día el hijo se frustró tanto por esto, que construyó un ataúd de madera, lo arrastró hasta el pórtico, y le dijo a su padre que se metiera dentro.

Sin decir nada, el padre se metió. Después de cerrar la tapa, el hijo arrastró el ataúd al borde de la granja donde había un elevado acantilado. Mientras se acercaba a la pendiente, oyó un débil golpeteo en la tapa desde adentro del ataúd.

Lo abrió. Aún tendido allí, pacíficamente el padre mirada hacia arriba a su hijo. “Sé que usted va a lanzarme al acantilado, pero antes de que lo haga, ¿puedo sugerir algo?”, “¿Qué?” contestó el hijo, “Arrójeme desde el acantilado, si usted quiere”, dijo a padre, “pero guarde este buen ataúd de madera. Sus niños pudieran necesitar usarlo”.

09 septiembre 2009

Combate del té

Una vez, un maestro de la ceremonia del té, en el viejo Japón, accidentalmente ofendió a un soldado. Se disculpó rápidamente, pero el impetuoso soldado exigió que el asunto fuera resuelto en un duelo de espada.

El maestro del té, que no tenía experiencia con las espadas, pidió consejo a un amigo maestro de Zen quien sí tenía la habilidad. Mientras su amigo le servia, el espadachín Zen que no lo podía ayudar, notó cómo el maestro del té realizaba su arte con perfecta concentración y tranquilidad. “Mañana”, dijo el espadachín Zen, “cuando se enfrente al soldado, sostenga la espada sobre su cabeza, como si estuviera listo para embestir, y dele la cara con la misma concentración y tranquilidad con las cuales usted realiza la ceremonia del té”.

Al día siguiente, a la hora y lugar acordados para el duelo, el maestro del té siguió este consejo. El soldado, alistándose para atacar, miró fijamente durante largo tiempo la cara completamente atenta pero tranquila del maestro del té. Finalmente, el soldado bajó su espada, se disculpó por su arrogancia, y se fue sin que un solo golpe fuera dado.

08 septiembre 2009

Transitorio

Un famoso profesor espiritual llegó hasta la puerta del palacio del rey. Ninguno de los guardias intentó detenerlo mientras entraba y caminaba hacia donde el mismo rey estaba sentado en su trono.

“¿Qué quiere?”, preguntó el rey, reconociendo inmediatamente al visitante.

“Quisiera un lugar para dormir en esta posada”, contestó el maestro.

“Pero esta no es una posada”, dijo el rey, “es mi palacio”.

“¿Puedo preguntar quién era el dueño de este palacio antes de usted?”

“Mi padre. Él está muerto”.

“¿Y quien era el dueño antes de él?”.

“Mi abuelo. Él también está muerto”.

“¿Y este lugar en donde la gente vive por un corto tiempo y después se muda, acaso le oí decir que no es una posada?”

07 septiembre 2009

Araña

Una historia tibetana cuenta que un estudiante de meditación, mientras meditaba en su habitación, creía ver a una araña descendiendo en frente de él. Cada día la criatura amenazadora volvía, creciendo más y más cada vez. Tan asustado estaba estudiante, que fue donde su profesor a contarle su dilema. Le dijo que planeaba colocar un cuchillo en su regazo durante la meditación, así cuando apareciera la araña la mataría. El profesor le aconsejó en contra de este plan. En su lugar, le sugirió que trajera un pedazo de tiza a la meditación, y que cuando apareciera la araña, marcara una X en vientre de la araña. Y que luego le contara.

El estudiante volvió a su meditación. Cuando apareció la araña otra vez, se opuso al impulso de atacarla, e hizo lo qué el maestro sugirió. Cuando más tarde fue a contarle al maestro como le había ido, el profesor le dijo que se levantara su camisa y mirara su propio vientre. Ahí estaba la X.

04 septiembre 2009

Buscando a Buda

Un monje partió a un largo peregrinaje para encontrar al Buda.

Dedicó muchos años a su búsqueda hasta que finalmente alcanzó la tierra donde se decía que el Buda vivía.

Mientras cruzaba el río a ese país el monje miraba alrededor, al tiempo que el barquero remaba.

Notó algo flotando hacia ellos.

A medida que se acercaba, se dio cuenta que era el cadáver de una persona.

Cuando estuvo tan cerca que podía casi tocarlo, reconoció repentinamente el cuerpo muerto, ¡era el suyo!.

Perdió el control y se lamentó al mirarse, inmóvil y sin vida, arrastrado a lo largo de la corriente del río.

Ese momento fue el principio de su liberación.

Prosperidad

Un hombre rico le pidió a un maestro de Zen que escribiera algo que pudiera alentar la prosperidad de su familia para los años a venir. Sería algo que la familia pudiera abrigar por generaciones.

En un gran pedazo de papel, el maestro escribió, “El padre muere, el hijo muere, el nieto muere”.

El hombre rico se enojó cuando vio el trabajo del maestro. “Le pedí que anotara algo que pudiera traer felicidad y prosperidad a mi familia. ¿Por qué me da algo tan deprimente?”.

“Si su hijo muriera antes que usted”, contestó el maestro, "traería una pena insoportable a su familia. Si su nieto muriera antes que su hijo, también traería un gran dolor. Si su familia, generación tras generación, desaparece en el orden que he descrito, será el curso natural de la vida. Esta es la verdadera felicidad y prosperidad”.

Gato ritual

Cuando el profesor espiritual y sus discípulos comenzaron su meditación de la tarde, el gato que vivía en el monasterio hizo tal ruido que los distrajo.

Así que el profesor ordenó que el gato estuviera amarrado durante la práctica de la tarde.

Años más tarde, cuando el profesor murió, el gato continuó siendo atado durante la sesión de meditación. Y cuando, a la larga, el gato murió, otro gato fue traído al monasterio y amarrado.

Siglos más tarde, eruditos descendientes del profesor espiritual escribieron doctos tratados sobre la significación religiosa de atar un gato para la práctica de la meditación.

02 septiembre 2009

Dolor

Un anciano maestro de Zen estaba rodeado por sus discípulos.

Uno de los alumnos se levantó y, muy respetuosamente preguntó:
—Maestro, ¿cuál es la esencia de las cosas?

A lo que respondió el venerable anciano:
—Sólo la mente tiene esencia, porque es lo único que existe.

De repente, el alumno cogió una piedra del suelo y la arrojó con fuerza a la cabeza de su maestro, mientras le decía:
—Pues si esta piedra no existe, ¿tampoco le provoca dolor?

El anciano, tras lanzar un lastimero alarido, empezó a sangrar copiosamente por la herida provocada por la pedrada. Acto seguido, y sin perder la calma, sacó un pañuelo de la manga y lo aplicó a la brecha sangrante.

—Violento discípulo, aunque el dolor sea inexistente, no por ello deja de ser dolor.

El presente

Un guerrero japonés fue capturado y hecho prisionero por sus enemigos. Esa noche no podía dormir porque temía que al día siguiente lo interrogaran, torturan y ejecutaran. Entonces recordó las palabras de su maestro de Zen. “El mañana no es real. Es una ilusión. La única realidad es el hoy”. Prestando atención a estas palabras, el guerrero se tranquilizó y se durmió.



01 septiembre 2009

Cambio

A un discípulo que se lamentaba de sus limitaciones, le dijo el maestro, “naturalmente que eres limitado. Pero ¿no has caído en la cuenta de que hoy puedes hacer cosas que hace quince años te habrían sido imposibles? ¿Qué es lo que ha cambiado?”

“Han cambiado mis talentos”, respondió el monje.

“No, has cambiado tú”, dijo el maestro.

“¿Y no es lo mismo?”, dijo el discípulo.

“No, tú eres lo que tú piensas que eres, cuando cambia tu forma de pensar, cambias tú”.

La concentración y la piedad

Un joven, preso de la amargura, acudió a un monasterio en Japón y le expuso a un anciano maestro:

—Querría alcanzar la iluminación, pero soy incapaz de soportar los años de retiro y meditación. ¿Existe un camino rápido para alguien como yo?
—¿Te has concentrado a fondo en algo durante tu vida? —preguntó el monje.
—Sólo en el ajedrez, pues mi familia es rica y nunca trabajé de verdad.

El maestro llamó entonces a otro monje. Trajeron un tablero de ajedrez y una espada afilada que brillaba al sol.

—Ahora vas a jugar una partida muy especial de ajedrez. Si pierdes, te cortaré la cabeza con esta espada; y si ganas se la cortaré a tu adversario.

Empezó la partida. El joven sentía las gotas de sudor recorrer su espalda, pues estaba jugando la partida de su vida. El tablero se convirtió en el mundo entero. Se identificó con él y formó parte de él. Empezó perdiendo, pero su adversario cometió un desliz. Aprovechó la ocasión para lanzar un fuerte ataque, que cambió su suerte. Entonces miró de reojo al monje. Vio su rostro inteligente y sincero, marcado por años de esfuerzo. Evocó su propia vida, ociosa y banal...

Y de repente se sintió tocado por la piedad. Así que cometió un error voluntario y luego otro... Iba a perder. Viéndolo, el maestro arrojó el tablero al suelo y las piezas se mezclaron.

—No hay vencedor ni vencido —dijo—, No caerá ninguna cabeza.

Se volvió hacia el joven y añadió:
—Dos cosas son necesarias: la concentración y la piedad. Hoy has aprendido las dos.

Noche

Un visitante refería la historia de un santo que quería ir a visitar a un amigo suyo que estaba agonizando; pero, como le daba miedo viajar de noche, le dijo al sol, “en nombre de Dios, te ordeno que permanezcas en el cielo hasta que llegue yo a la aldea donde mi amigo agoniza”. Y el sol se detuvo en el cielo hasta que el santo llegó a la aldea.

El maestro sonrió y dijo, “¿no habría sido mejor que el santo hubiera vencido su miedo a viajar de noche?”.

Zapatillas

A un discípulo que siempre estaba quejándose de los demás, le dijo el Maestro,
”si es paz lo que buscas, trata de cambiarte a ti mismo, no a los demás. Es más fácil calzarse unas zapatillas que alfombrar toda la tierra”.

Cielo e infierno

Un belicoso samurai desafió en una ocasión a un maestro zen a que explicara el concepto de cielo e infierno.

Pero el maestro respondió con desdén:
—No eres más que un patán. ¡No puedo perder el tiempo con individuos como tú!

Herido en lo más profundo de su ser, el samurai se dejó llevar por la ira, desenvainó su espada y gritó:
—¡Podría matarte por tu impertinencia!
—Se acaban de abrir las puertas del infierno —repuso el maestro con calma.

Desconcertado al percibir la verdad en lo que el maestro señalaba con respecto a la furia que lo dominaba, el samurai se serenó, envainó la espada y se inclinó, agradeciendo al maestro la lección.

—Se acaban de abrir las puertas del cielo —añadió el maestro.


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Nangaku y Ba

A la muerte de su maestro, Ba se convirtió en monje peregrino, lo cual significa que no debía pasar más de una sola noche en un mismo sitio. Así estuvo peregrinando, sin morada fija, hasta llegar al monte Heng, en la provincia de Hunan, al sur del gran río Yangtsé.

Cerca de un monasterio solitario, en una roca que le pareció muy a propósito, se hizo una cabaña de ramas y empezó a dedicarse al zazen día y noche, inmóvil como un yogui de la india.

Al otro lado de la misma montaña de Heng vivía Nangaku, discípulo de Eno, el sexto patriarca Zen, desde hacía catorce años. En sus paseos Nangaku se había fijado varias veces en aquel monje inmóvil, haciendo zazen a todas horas, y un día se paró y le dijo:
—¿Qué haces tú ahí?
—Hago zazen —contestó Ba.
—¿Qué quieres conseguir con eso? —preguntó Nangaku.
—Llegar a ser un Buda (iluminado).

Nangaku no dijo nada. Fue a recoger una teja caída del monasterio y empezó a frotarla en una piedra. Ba, viéndole así un rato, dijo:
—¿Qué haces tú ahí?
—Estoy frotando una teja en una piedra.
—¿Para qué? —preguntó Ba.
—Para convertirla en un espejo.

Ba se echó a reír. Nangaku le dijo entonces:
—Igual de poco te vas a convertir tú en un Buda por sentarte.