31 agosto 2009

La cuchara

Un estudiante de Zen se quejaba de que no podía meditar: sus pensamientos no se lo permitían. Habló de esto con su maestro diciéndole: “Maestro, los pensamientos y las imágenes mentales no me dejan meditar; cuando se van unos segundos, luego vuelven con más fuerza. No puedo meditar. No me dejan en paz”.

El maestro le dijo que esto dependía de él mismo y que dejara de cavilar. No obstante, el estudiante seguía lamentándose de que los pensamientos no le dejaban en paz y que su mente estaba confusa. Cada vez que intentaba concentrarse, todo un tren de pensamientos y reflexiones, a menudo inútiles y triviales, irrumpían en su cabeza.

El maestro entonces le dijo: “Bien. Aferra esa cuchara y tenla en tu mano. Ahora siéntate y medita”. El discípulo obedeció. Al cabo de un rato el maestro le ordenó: “¡Deja la cuchara!”. El alumno así hizo y la cuchara cayó obviamente al suelo. Miró a su maestro con estupor y éste le preguntó: “Entonces, ahora dime quién agarraba a quién, ¿tú a la cuchara, o la cuchara a ti?.

Por Marc E. Boillat de Corgemont Sartorio

Lavar los platos


Cuando un monje le pidió a Tchao Tchú que le instruyera en el Zen, esté dijo:

—¿Has tomado tu desayuno?.

—Si, maestro, lo he tomado.

—Entonces, vete a lavar los platos.

Esta respuesta abrió súbitamente los ojos del monje a la verdad del Zen.



El té

Un importante catedrático universitario se encontraba últimamente en extraños estados de ánimo: se sentía ansioso, infeliz y si bien creía ciegamente en la superioridad que su saber le proporcionaba, no estaba en paz consigo mismo ni con los demás. Su infelicidad era tan profunda cuan su vanidad. En un momento de humildad había sido capaz de escuchar a alguien que le sugería aprender a meditar como remedio a su angustia. Ya había oído decir que el Zen era una buena medicina para el espíritu.

En su región vivía un excelente maestro y el profesor decidió visitarle para pedirle que le aceptara como estudiante. Una vez llegado a la morada del maestro, el profesor se sentó en la humilde sala de espera y miró alrededor con una clara —aunque para él imperceptible— actitud de superioridad. La habitación estaba casi vacía y los pocos ornamentos sólo enviaban mensajes de armonía y paz. El lujo y toda ostentación estaban manifiestamente ausentes.

Cuando el maestro pudo recibirle y tras las presentaciones debidas, el primero le dijo: “permítame invitarle a una taza de té antes de empezar a conversar”. El catedrático asintió disconforme. En unos minutos el té estaba listo.

Sosegadamente, el maestro sacó las tazas y las colocó en la mesa con movimientos rápidos y ligeros al cabo de los que empezó a verter la bebida en la taza del huésped. La taza se llenó rápidamente, pero el maestro sin perder su amable y cortés actitud, siguió vertiendo el té. El líquido rebosó derramándose por la mesa y el profesor, que por entonces ya había sobrepasado el límite de su paciencia, estalló airadamente tronando así: “¡Necio! ¿Acaso no ves que la taza está llena y que no cabe nada más en ella?”. Sin perder su ademán, el maestro así contestó: “Por supuesto que lo veo, y de la misma manera veo que no puedo enseñarte el Zen. Tu mente ya está también llena”.

Por Marc E. Boillat de Corgemont Sartorio



Milagros

Bankei estaba un día hablando tranquilamente a sus discípulos, cuando su discurso fue interrumpido por un Padre de otra religión. Estos creían en el poder de los milagros y decían que la salvación venía de la repetición de las palabras sagradas.

Bankei se calló y preguntó al Padre lo que quería decir. El Padre comenzó a alardear que el fundador de su religión podía quedar sentado y quieto durante meses, u dejar de respirar durante muchos días, y pasar por el fuego sin quemarse.

El Padre preguntó, "¿qué milagros puede hacer usted?".

Bankei contestó, "apenas uno, cuando estoy con hambre, como; y cuando estoy con sed, bebo".



Practicando

Un cantante de balada dramática estudió con un estricto profesor que insistía en que ensayara, día tras día, mes tras mes, el mismo pasaje de la misma canción, sin permiso para ir más allá.

Finalmente, abrumado por la frustración y la desesperación, el joven se fugó para hallar otra profesión.

Una noche, al parar en una posada, se tropezó con un concurso de recitación. No teniendo nada que perder, entró a la competencia y, por supuesto, cantó el único pasaje que se sabía tan bien. Cuando terminó, el patrocinador del concurso elogió profundamente su interpretación.

A pesar de las desconcertadas objeciones del estudiante, el patrocinador se rehusó a creer que acababa de oír a un principiante.

“Dígame”, le dijo el patrocinador, “¿quién es su instructor?, debe ser un gran maestro”. El estudiante más adelante sería conocido como el gran intérprete Koshiji.

La muchacha

Dos monjes que regresaban a su templo, llegaron a un vado donde encontraron a una hermosa muchacha que no se atrevía a cruzarlo, temerosa de mojar sus mejores ropas.

Uno de los monjes, casi sin detenerse, la alzó en sus brazos y la llevó hasta el otro lado. La niña le agradeció y los dos hombres siguieron su camino.

Después de recorrer tres kilómetros el otro monje, sin poder contenerse más, exclamó, "¿Cómo pudiste hacer eso, tomar una muchacha en tus brazos? Conoces bien las Reglas...", y otras cosas por el estilo.

El monje cuestionado respondió con una sonrisa, "Debes de estar cansado, habiendo cargado con la muchacha todo este tiempo. Yo la dejé del otro lado del arroyo".

28 agosto 2009

En el desierto

Dos personas estaban perdidas en el desierto.
Estaban muriendo de hambre y de sed.

Finalmente, llegaron hasta una alta pared. Del otro lado podían oír el sonido de
una cascada y pájaros cantando. En lo alto, podían ver las ramas de un
abundante árbol que se extendía sobre la parte superior del muro.
Su fruta parecía deliciosa.

Uno de ellos se las arregló para trepar por la pared y desaparece del otro lado.
El otro, en cambio, volvió al desierto para ayudar a otros viajeros perdidos
a encontrar su camino al oasis.



Primera lección

El hijo de un experto ladrón le pidió a su padre que le enseñara los secretos del negocio. El viejo ladrón estuvo de acuerdo, y esa noche se llevó a su hijo a robar una gran casa. Mientras la familia estaba dormida, condujo sigilosamente a su joven aprendiz a un cuarto que tenía un armario. El padre le dijo a su hijo que entrara al armario a escoger algunas ropas.

Cuando lo hizo, su padre cerró rápidamente la puerta y lo encerró adentro. Entonces regresó afuera, golpeó ruidosamente la puerta delantera, despertando a la familia, y rápidamente se escabulló antes de que alguien lo viera.

Horas después, su hijo volvió a casa, desgarbado y agotado. “Padre”, gritó con ira, “¿por qué me encerró en ese armario? Si no me hubiera desesperado por miedo a que me capturaran, nunca me habría escapado. ¡Me costó todo mi ingenio salir!”.

El viejo ladrón sonrió. “Hijo, ha tenido su primera lección en el arte del robar y allanar casas”.



Elefantes y pulgas

Roshi Kapleau estuvo de acuerdo en educar a un grupo de psicoanalistas sobre Zen. Después de ser presentado al grupo por el director del instituto analítico, el roshi se sentó tranquilamente sobre un cojín colocado en el piso.

Un estudiante comenzó. Se inclinó ante el maestro, y luego se sentó en otro cojín a pocos metros de distancia, cara a cara a su profesor. “¿Qué es el Zen?”, preguntó el estudiante. El roshi sacó un plátano, lo peló, y comenzó a comer. “¿Eso es todo? ¿No puede usted enseñarme algo más?”, dijo el estudiante. “Acérquese más, por favor”, contestó el maestro. El estudiante se instaló y el roshi agitó lo que quedaba del plátano ante la cara del estudiante. El estudiante se inclinó, y se marchó.

Un segundo estudiante se levantó para dirigirse a la audiencia. “¿Todos comprendieron?”, al no haber respuesta, el estudiante agregó, “acaban de ser testigos de una demostración de Zen de primera categoría. ¿Hay alguna pregunta?”.

Después de un largo silencio, alguien habló en voz alta. “Roshi, no estoy satisfecho con su demostración. Usted nos ha mostrado algo que no estoy seguro de entender. ¿Será posible que nos DIGA qué es el Zen”.

“Si es forzoso insistir en palabras”, contestó el roshi, “entonces el Zen es un elefante copulando con una pulga”.

Después de morir

El emperador le preguntó al maestro Gudo,

“¿Qué le sucede a un hombre iluminado después de la muerte?”.

“¿Cómo podría saberlo?”, respondió Gudo.

“Porque usted es un maestro”, contestó al emperador.

“Sí, señor”, dijo Gudo, “pero no uno muerto”.

No más preguntas

Al conocer a un maestro de Zen en un evento social, un psiquiatra decidió hacerle una pregunta que había estado en su mente.

“¿Cómo ayuda usted a la gente, exactamente?”, preguntó.

“Los agarro donde no puedan hacer más preguntas”, contestó el maestro.

27 agosto 2009

Belleza natural

Un sacerdote estaba a cargo del jardín dentro de un famoso templo de Zen. Le habían dado el trabajo porque amaba las flores, los arbustos, y los árboles. Al lado del templo había otro templo más pequeño donde vivía un maestro muy viejo de Zen. Un día, cuando el sacerdote esperaba algunos huéspedes especiales, tuvo un cuidado adicional al atender el jardín. Sacó las malas hierbas, podó los arbustos, peinó el musgo, y pasó un largo rato reuniendo y ordenando meticulosamente todas las hojas secas de otoño. Mientras trabajaba, el viejo maestro lo miraba con interés del otro lado del muro que separaba los templos.

Cuando hubo terminado, el sacerdote retrocedió a admirar su trabajo. “¿No es hermoso?”, le gritó al viejo maestro. “Sí”, contestó el anciano, “pero hay algo que falta. Ayúdeme a pasar sobre este muro y lo pondré en orden por usted”.

Después de vacilar, el sacerdote levantó al veterano por encima y lo puso en el suelo. Lentamente, el maestro caminó hasta el árbol cerca del centro del jardín, lo agarró por el tronco, y lo sacudió. Las hojas se regaron por todo el jardín. “Eso”, dijo el anciano, “ahora usted puede volver a ponerme en mi sitio”.

La gran enseñanza

Un renombrado maestro de Zen decía que su enseñanza más grande era ésta:
Buda es tu propia mente.

Tan impresionado por cuan profunda era esta idea, un monje decidió dejar el monasterio y retirarse al yermo para meditar en este pensamiento.

Allí pasó 20 años como un ermitaño, sondeando la gran enseñanza.

Un día se encontró con otro monje que viajaba a través del bosque. El monje ermitaño rápidamente se enteró de que el viajero también había estudiado con el mismo maestro de Zen. “Por favor, dígame lo que usted sabe de la más grande enseñanza del maestro”.

Los ojos del viajero se iluminaron, “ah, el maestro ha sido muy claro sobre esto.
Él dice que su enseñanza más grande es ésta:
Buda no es tu propia mente”.




El cantero

Había una vez un cantero que estaba insatisfecho consigo mismo y con su posición en la vida. Un día pasó por la casa de un rico comerciante. A través de la entrada abierta, vio muchas finas posesiones e importantes visitantes. “¡Cuán poderoso debe ser el comerciante!”, pensó el cortador de piedra. Se puso muy envidioso y deseó que pudiera ser como el comerciante. Para su gran sorpresa, se convirtió repentinamente en el comerciante, gozando de más lujos y poder de lo que siempre había imaginado, pero envidiado y detestado por aquellos menos ricos que él.

Pronto un alto funcionario pasó cerca, llevado en una silla de manos, acompañado por asistentes y escoltado por soldados batiendo gongos. Todos, sin importar cuan rico, tenían que hacer una reverencia ante la procesión. “¡Cuán poderoso es ese funcionario!”, pensó. “¡Deseo que pudiera ser un alto funcionario!”.

Entonces se convirtió en el alto funcionario, llevado por todas partes en su bordada silla de manos, temido y odiado por la gente de todo alrededor. Era un día caluroso de verano, por eso el funcionario se sentía muy incómodo en la pegajosa silla. Levantó la mirada al sol. Brillaba orgulloso en el cielo, no afectado por su presencia. “¡Cuán poderoso es el sol!” pensó. “¡Deseo que pudiera ser el sol!”.

Entonces se convirtió en el sol, brillando ferozmente sobre todos, abrasando los campos, maldecido por los granjeros y los trabajadores. Pero una enorme nube negra se interpuso entre él y la tierra, de modo que su luz no pudo brillar más sobre todo allá abajo. “¡Cuán poderosa es esa nube de tormenta!”, pensó. “¡Deseo que pudiera ser una nube!”.

Entonces se convirtió en la nube, inundando los campos y las aldeas, increpado por todos. Pero pronto descubrió que estaba siendo empujado lejos por cierta gran fuerza, y se dio cuenta de que era el viento. “¡Cuán poderoso es!”, pensó. “¡Deseo que pudiera ser el viento!”.

Entonces se convirtió en el viento, llevándose tejas de los techos de las casas, arrancando árboles, temido y odiado por todos debajo de él. Pero después de un rato, se izó en contra de algo que no movería, no importa cuan fuertemente soplara en contra de ella, una enorme y altísima roca. “¡Cuán poderosa es esa roca!”, pensó. “¡Deseo que pudiera ser una roca!”.

Entonces se convirtió en la roca, más poderosa que nada más en la tierra. Pero mientras estaba parado allí, oyó el sonido de un martillo golpeando un cincel en la dura superficie, y sintió que estaba siendo cambiado. “¿Qué podría ser más poderoso que yo, la roca?”, pensó. Bajó la mirada y vio lejos debajo de él, la figura de un cantero.

25 agosto 2009

Dar la Luna

Un maestro de Zen vivía el tipo de vida más simple, en una pequeña choza a los pies de una montaña.

Una tarde, mientras estaba ausente, un ladrón entró furtivamente a la choza sólo para encontrar que no había nada para robar.

El maestro de Zen volvió y lo encontró. “Usted ha venido desde muy lejos a visitarme”, le dijo al merodeador, “y usted no debería volver con las manos vacías. Por favor, tome mis ropas como regalo”. El ladrón estaba desconcertado, sin embargo tomó las ropas y se dio a la fuga.

El maestro se sentó desnudo, mirando la luna. “Pobre tipo“, meditó, “desearía poder darle esta hermosa luna”.




Seguramente este cuento esté relacionado,
y así muchos relatos le incluyen, con Ryokan y su haiku:

ぬす人に取り殘されし窓の月
nusubito ni tori nokosareshi mado no tsuki

al ladrón

se le quedó la luna

en mi ventana

24 agosto 2009

Quizá

Hay una historia Taoísta de un viejo granjero que había trabajado sus cosechas por muchos años. Un día su caballo se fugó. Al oír las noticias, sus vecinos lo vinieron a visitar. “Qué mala suerte”, le dijeron simpatizantemente.

“Quizá”, contestó el granjero. A la mañana siguiente, el caballo regresó, trayendo otros tres caballos salvajes con él. “Qué maravilloso”, exclamaron los vecinos.

“Quizá”, contestó el viejo. Al día siguiente, su hijo intentó montar uno de los caballos indomados, fue echado por tierra, y se rompió la pierna. Los vecinos vinieron otra vez a ofrecer sus condolencias en su infortunio.

“Quizá”, contestó el granjero. Al día después, funcionarios militares vinieron a la aldea a reclutar hombres jóvenes en el ejército. Viendo que la pierna del hijo estaba rota, lo pasaron por alto. Los vecinos felicitaron a granjero por cuan bien las cosas se le habían dado vuelta.

“Quizá”, dijo el granjero.



(En otras versiones de esta historia, el granjero dice otra cosa en vez de “quizá” —por ejemplo “ya veremos”— o simplemente sonríe sin decir nada).



Obra maestra

Un maestro calígrafo estaba escribiendo algunos caracteres sobre un pedazo de papel. Uno de sus especialmente perceptivos estudiantes estaba mirándolo.

Cuando el calígrafo hubo terminado, pidió la opinión del estudiante, quién inmediatamente le dijo que no estaba nada de bueno. El maestro lo intentó de nuevo, sin embargo el estudiante criticó el trabajo de nuevo.

Una y otra vez, el calígrafo cuidadosamente trazaba los mismos caracteres, y cada vez el estudiante los rechazaba.

Finalmente, cuando el estudiante había desviado su atención a algo más y no estaba mirando, el maestro aprovechó la oportunidad de hacer rápidamente los caracteres.

“¡Listo! ¿Cómo está ese?”, le preguntó al estudiante. El estudiante se dio vuelta a mirar. ¡ESA... es una obra maestra!” exclamó.


(La leyenda indica que esta es la historia detrás de la creación del maestro Kosen de una plantilla de tinta que fue utilizada para crear la madera grabada: “El Primer Principio”, que aparece sobre la puerta del templo de Obaku en Kyoto).



Conociendo al pez

Un día, Chuang Tzu y un amigo estaban caminando por la rivera de un río. “Mire a los peces nadando”, dijo Chuang Tzu, “realmente están disfrutando de sí mismos”.

“Usted no es un pez”, contestó el amigo, "así que no puede saber verdaderamente que están disfrutando de sí mismos”.

“Usted no es yo”, dijo Chuang Tzu, “¿así que cómo sabe usted que no sé que los peces están disfrutando de sí mismos?”






22 agosto 2009

Jugando

Un niño jugaba tranquila y distraídamente en la consulta, y se acercó el psicólogo y le preguntó:

—¿Qué harías si se acabara el mundo?

—Seguir jugando —contestó el niño, sin levantar la vista.

Ya pasará

Un estudiante fue hasta su profesor de meditación y le dijo, “¡Mi meditación es horrible! Me siento tan distraído, o mis piernas duelen, o estoy constantemente quedándome dormido. Es horrible!”.

“Ya pasará”, dijo irónicamente el profesor.

Una semana después, el estudiante volvió hasta su profesor. “¡Mi meditación es maravillosa! ¡Me siento tan conciente, tan apacible, tan vivo! ¡Es maravilloso!”.

“Ya pasará”, contestó irónicamente el profesor.



21 agosto 2009

Se mueve

Dos monjes tenían una discusión a la orilla del río. El maestro, que en ese momento pasaba, se acercó a ellos y les preguntó sobre que se trataba su debate. “Estábamos mirado aquél árbol, y dije que las hojas se movían, pero mi compañero dice que es el viento el que se mueve”, dijo uno de los monjes.

El maestro miró al árbol, luego a sus discípulos y les dijo, “es su mente la que se mueve”.


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¿Es eso así?

Una hermosa muchacha de la aldea estaba embarazada. Sus padres enojados, exigieron saber quién era el padre. Al principio resistente a confesar, la ansiosa y desconcertada muchacha finalmente señaló a Hakuin, el maestro de Zen a quien todos antes reverenciaban por vivir una vida tan pura. Cuando los ultrajados padres enfrentaron a Hakuin con la acusación de su hija, él contestó simplemente “¿Es eso así?”.

Cuando el niño nació, los padres se lo trajeron a Hakuin, quien ahora era visto como un paria por la aldea entera. Exigieron que tomara el cuidado del niño, puesto que era su responsabilidad. “¿Es eso así?”, dijo Hakuin tranquilamente mientras aceptaba al niño.

Por muchos meses cuidó muy bien del niño, hasta que la hija no pudo resistir más la mentira que había dicho. Confesó que el padre verdadero era un joven de la aldea que había intentado proteger. Los padres fueron de inmediato donde Hakuin para ver si devolvería al bebé. Con abundantes disculpas explicaron lo qué había sucedido. “¿Es eso así?”, dijo Hakuin mientras les entregaba al niño.


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Un hombre santo

La voz se propagó a través de la campiña, sobre el sabio hombre santo que vivía en una casa pequeña encima de la montaña. Un hombre de la aldea decidió hacer el largo y difícil viaje para visitarlo. Cuando llegó a la casa, vio a un viejo criado al interior, que lo saludó en la puerta. “Quisiera ver al sabio hombre santo”, le dijo al criado. El sirviente sonrió y lo condujo adentro.

Mientras caminaban a través de la casa, el hombre de la aldea miró con impaciencia por todos lados en la casa, anticipando su encuentro con el hombre santo. Antes de saberlo, había sido conducido a la puerta trasera y escoltado afuera. Se detuvo y giró hacia el criado, “¡Pero quiero ver al hombre santo!”

“Usted ya lo ha visto”, dijo el viejo. “A todos a los que usted pueda conocer en la vida, aunque parezcan simples e insignificantes... véalos a cada uno como un sabio hombre santo. Si hace esto, entonces cualquier problema que usted haya traído hoy aquí, estará resuelto”.





20 agosto 2009

No lo sé

El Emperador, que era un budista devoto, invitó a un gran maestro de Zen
al palacio para hacerle preguntas acerca del Budismo.

“¿Cuál es la verdad más alta de la santa doctrina budista?”, preguntó el Emperador.

“El inmenso vacío... y ni una huella de santidad”, contestó el maestro.

“Si no hay santidad”, dijo el emperador, “entonces ¿quién o qué es usted?”.

“No lo sé”, contestó el maestro.














El dedo de Gutei

Siempre que alguien le preguntaba acerca del Zen, el gran maestro Gutei lentamente levantaba un dedo en el aire. Un muchacho en la aldea comenzó a imitar esta conducta. Siempre que oía a la gente hablar de las enseñanzas de Gutei, interrumpía la discusión y levantaba su dedo. Gutei oyó hablar de la travesura del muchacho. Cuando lo vio en la calle, lo agarró y le cortó su dedo. El muchacho gritó y comenzó a huir, pero Gutei le llamó. Cuando el muchacho se dio vuelta para mirar, Gutei levantó su dedo en el aire. En ese momento el muchacho se iluminó.

19 agosto 2009

La corriente

Cuenta una historia taoísta que un anciano cayó accidentalmente en los rápidos del río llevándolo a una alta y peligrosa cascada. Los espectadores temieron por su vida. Milagrosamente, salió vivo e ileso, río abajo al final de la cascada.

La gente le preguntó cómo logró sobrevivir. “Yo me adapté al agua, no el agua a mí. Sin pensar, me dejé moldear por el agua. Hundiéndome en la corriente, salí con la corriente. Así es cómo sobreviví”.

(Algunas versiones describen a Confucio como testigo de este suceso. También, en algunas versiones, el anciano explica cómo ha estado saltando en la cascada, de la misma forma, desde que era un niño.)


Iluminado


Un día, el maestro anunció que un joven monje había alcanzado un estado avanzado de Iluminación.

La noticia causó algo de conmoción. Algunos de los monjes fueron a ver al joven monje.

–Oímos que te iluminaste. ¿Es verdad? –preguntaron.

–Así es –contestó.

–¿Y cómo te sientes?

–Tan desgraciado como siempre –dijo el monje.

18 agosto 2009

Un regalo

Una vez vivió un gran guerrero. Aunque bastante viejo, él aún podía derrotar a cualquier retador. Su reputación se extendió a lo largo y ancho del país, y muchos estudiantes se reunieron para estudiar con él.

Un día, un infame joven guerrero llegó a la aldea. Estaba determinado en ser el primer hombre en derrotar al gran maestro. Junto con su fuerza, tenía una inexplicable habilidad de notar y de explotar cualquier debilidad en un adversario. Esperaba a que su rival hiciera el primer movimiento, de esa manera revelando una debilidad, y después golpeaba con una despiadada fuerza y una velocidad de relámpago. Nunca, nadie había durado en un combate con él, más allá del primer movimiento.

Muy en contra del consejo de sus preocupados estudiantes, el viejo maestro aceptó con mucho gusto el desafío del joven guerrero. Cuando los dos estuvieron en guardia para la lucha, el joven guerrero comenzó a lanzar insultos al viejo maestro. Tiró mugre y escupitajos en su cara. Por horas lo atacó verbalmente con cada maldición e insulto conocido por los hombres. Pero el viejo guerrero simplemente estaba parado allí, inmóvil y tranquilo. Finalmente, el joven guerrero se agotó. Sabiendo que había sido derrotado, se marchó, sintiéndose avergonzado.

Algo decepcionados porque no luchó con el insolente joven, los estudiantes se reunieron alrededor del viejo maestro y le preguntaron. “¿Cómo pudo usted aguantar tal indignidad? ¿cómo lo alejó?”.

“Si alguien viene darles un regalo y ustedes no lo reciben” contestó el maestro, “¿a quién pertenece el regalo?".

Egoísmo

El primer ministro de la dinastía Tang era un héroe nacional por su éxito como estadista y líder militar. Pero a pesar de su fama, poder, y riqueza, se consideraba a sí mismo como un humilde y devoto budista. Visitaba a menudo a su maestro preferido de Zen para estudiar bajo su instrucción, y parecían llevarse muy bien. El hecho de que era primer ministro no tenía, aparentemente, ningún efecto en su relación, la cual parecía ser simplemente una de un reverendo maestro y un respetuoso estudiante.

Un día, durante su usual visita, el primer ministro le preguntó al maestro, “Su Reverencia, según el Budismo ¿qué es el egoísmo?”. La cara del maestro se puso roja, y en un tono de voz muy condescendiente e insultante, increpó a modo de respuesta, “¿¡Qué clase de pregunta estúpida es ésa!?”.

Esta imprevista respuesta conmocionó tanto al primer ministro que llegó a fruncir el ceño y a enfadarse. Entonces el maestro de Zen sonrió y dijo, “ÉSTO, Su Excelencia, es egoísmo.”

Conciencia plena

Después de diez años de aprendizaje, Tenno alcanzó el rango de profesor de Zen. Un día lluvioso, fue a visitar al famoso maestro Nan-in. Cuando entró, el maestro lo saludó con una pregunta, “¿Usted dejó sus zuecos de madera y paraguas en el pórtico?”. “Sí”, contestó Tenno.

“Dígame”, continuó el maestro, “¿usted colocó su paraguas a la izquierda de sus zapatos, o a la derecha?”. Tenno no supo la respuesta, y se dio cuenta que todavía no había logrado tener conciencia plena. Así que se convirtió en aprendiz de Nan-in y estudió con él por diez años más.









18-11-2009: Me enviaron esta versión alternativa del mismo cuento:

Un monje llamado Tenno había completado su aprendizaje para convertirse en maestro Zen, sin embargo su instructor no le decía nada de que ya era todo un maestro y de que ya podría tener su propio grupo para instruirlo, era ya mucha impaciencia que no podía ya disimular, un día lluvioso le pedió a su maestro Nan-in de que se podría recibirlo después de la clase en su casa, el maestro accedió, ya cuando anochecía el llegó a su casa y dejo en el vestíbulo sus zapatos y su sombrilla.

Tenno después de saludar, preguntó a Nan-in, “Maestro he terminado mi instrucción, tus enseñanzas las se de memoria, dime cuando puedo tener mi propio grupo de alumnos”, el Maestro con una gran delicadeza le respondió, “antes de contestarte dime, a que lado de tus zapatos dejaste tu sombrilla, a la derecha o la izquierda?, Tenno regreso tranquilo el día siguiente a clases con Nan-in.

Mariposa

El gran maestro taoísta Chuang Tzu, una vez soñó que era una mariposa que revoloteaba por todas partes.

En el sueño no tenía conciencia de su individualidad como persona. Era sólo una mariposa.

De repente despertó, y se encontró tendido allí siendo una persona de nuevo.

Pero al instante se preguntó, “¿Hace poco era un hombre que soñó que era una mariposa, o ahora soy una mariposa que sueña que es un hombre?”.

Cambiar el destino

Durante una batalla trascendental, un general japonés decidía atacar. Aunque su ejército era superado en número considerablemente, estaba seguro que ganarían, pero sus hombres estaban llenos de dudas. En el camino a la batalla, pararon en un santuario religioso. Después de rezar con los hombres, el general sacó una moneda y dijo, “Ahora lanzaré esta moneda. Si es cara, ganaremos. Si es cruz, perderemos. El destino ahora se revelará”.

Lanzó la moneda al aire y todos la miraron atentamente mientras caía. Fue cara. Los soldados estuvieron tan rebosantes de alegría y llenos de confianza que atacaron vigorosamente al enemigo y salieron victoriosos. Después de la batalla, un teniente le comentó al general, “Nadie puede cambiar el destino”. “Absolutamente correcto”, contestó el general mientras mostraba al teniente la moneda, la cual tenía caras en ambos lados.

15 agosto 2009

Tiro al blanco

Después de ganar varias competencias de tiro al blanco, el joven y algo presumido campeón, desafió a un maestro del Zen famoso por su habilidad como arquero. El joven demostró una notable habilidad técnica cuando impactó el centro de un apartado blanco en su primer intento, y después, cuando partió esa flecha con su segundo tiro. “¡Allí lo tiene!” le dijo al anciano, “¡vea si puede igualar eso!” Imperturbado, el maestro no sacó su arco, en vez de eso le hizo un gesto para que lo acompañara a la montaña.

Curioso sobre las intenciones del viejo, el campeón lo siguió, hasta que llegaron a un profundo abismo atravesado por un débil e inestable tronco.

Caminando tranquilamente hasta el centro del frágil y ciertamente peligroso puente, el viejo maestro escogió un lejano árbol como blanco, sacó su arco, y disparó un tiro limpio y directo.

“Ahora es su turno”, le dijo mientras regresaba distinguidamente hasta suelo seguro.

Mirando con terror el aparente abismo sin fondo, el joven no pudo forzarse a caminar sobre el tronco, ni menos disparar al blanco.

“Usted tiene mucha habilidad con su arco”, dijo el maestro, notando el aprieto de su desafiante, “pero tiene poca habilidad con la mente, que le deja aflojar el tiro”.

La fresa

Un día, mientras caminaba a través del desierto,
un hombre se tropezó con un feroz tigre.
Se puso a correr,
pero pronto llegó al borde de un profundo barranco.
Desesperado por salvarse,
descendió hasta una rama y quedo colgando sobre el fatal precipicio.
Mientras se sostenía,
dos ratones salieron de un agujero del acantilado y comenzaron a roer la rama.
Repentinamente,
notó que en la rama había una suculenta fresa silvestre.
La cogió y se la puso en la boca.
¡Estaba increíblemente deliciosa!


14 agosto 2009

Buda cristiano

Uno de los monjes del maestro Gasan visitó la universidad en Tokio. Cuando volvió, le preguntó al maestro si había leído alguna vez la Biblia cristiana. “No”, contestó Gasan, “por favor, léame algo de ella”.

El monje abrió la Biblia en el Sermón en el Monte que aparece en San Mateo, y comenzó a leer. Después de leer las palabras de Cristo sobre los lirios en el campo [1], calló.

El maestro Gasan estuvo silencioso durante un buen rato.

“Sí”, finalmente dijo, “quienquiera que haya pronunciado estas palabras es un ser iluminado. ¡Lo que me ha leído es la esencia de todo lo que he estado tratando de enseñarles aquí!”.




[1] “Contemplad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan duro, ni siquiera tejen; mas os digo, que ni aún Salomón en toda su gloria estuvo tan bien vestido como uno de éstos.”


El profesor campana


Un nuevo estudiante se acercó al maestro de Zen, y le preguntó cómo debería prepararse para su instrucción. “Piense que soy una campana”, explicó el maestro, “Deme un golpecito suave, y obtendrá un pequeñísimo tintineo; golpéeme con fuerza, y recibirá un estridente y sonoro repique”.


13 agosto 2009

Cazando dos conejos

Un estudiante de artes marciales se acercó a su profesor con una pregunta. “Quisiera mejorar mi conocimiento de las artes marciales. Además de aprender de usted, quisiera estudiar con otro profesor, para aprender otro estilo. ¿Qué piensa usted de esta idea?”.

“El cazador que persigue dos conejos”, contestó al profesor, “no atrapa ninguno”.



12 agosto 2009

Disipando un fantasma

La esposa de un hombre se puso muy enferma, y en su lecho de muerte le dijo, “¡Te amo tanto! No quiero dejarte, y no quisiera que me traicionaras. Prométeme que no verás a ninguna otra mujer después que muera, o volveré y me apareceré.”

Durante varios meses después de su muerte, el marido evitó a otras mujeres, pero entonces conoció a alguien, y se enamoró. La noche en que se comprometían para casarse, el fantasma de su ex esposa se le apareció. Lo culpó por no mantener la promesa, y después, cada noche volvió para fastidiarlo. El fantasma le rememoraba todo lo que hacía durante el día con su prometida, hasta el punto de repetir, palabra por palabra, sus conversaciones. Le afectó tanto, que no podía dormir.

Desesperado, pidió consejo a un maestro del Zen que vivía cerca de la aldea. “Este es un fantasma muy listo”, dijo el maestro luego de escuchar la historia del hombre. “¡Sí, lo es!”, contestó el hombre, “recuerda cada detalle de lo que digo y hago. ¡Lo sabe todo!” El maestro sonrió, ”Usted debería admirar a un fantasma como éste; pero le diré qué tiene que hacer la próxima vez que lo vea.”

Esa noche el fantasma volvió y el hombre hizo exactamente como el maestro le había aconsejado. “Eres un fantasma tan sabio”, dijo, “Sabes que no puedo ocultarte nada. Si puedes contestarme una pregunta, interrumpiré mi compromiso y me quedaré solo por el resto de mi vida”. “Haz tu pregunta”, contestó el fantasma. El hombre recogió un puñado de frijoles de una gran bolsa que estaba en el piso, “Dime exactamente cuántos frijoles hay en mi mano.”

En ese momento el fantasma desapareció y nunca más regresó.


Libros

Había una vez,
un reconocido y erudito filósofo , que se ofrendó
al estudio del Zen por muchos años.

El día que finalmente alcanzó la iluminación,
sacó todos sus libros al jardín y los quemó.






Mente-mono

La mente es activa, inquisitiva, voluntariosa, e impaciente al igual que un mono. Salta de pensamiento a pensamiento, examinando esta o aquella curiosidad, siempre perdiendo interés y lanzándose otra vez en alguna búsqueda nueva y sin propósito.

Natural, característica, incluso atractiva, tal como lo es el comportamiento símico, no muchos de nosotros elegirían actuar de semejante manera. Sí, todos tenemos mentes-mono, porque es sólo una moda que la mente desatendida se ocupa de sí misma. Pocos de nosotros elegirían un mono como compañero para toda una vida, sin embargo todos elegimos vivir con nuestras mentes-mono. Por eso, somos como dueños renuentes de gibones, por siempre tirando de la correa (o de gorilas, que simplemente arrastrarían a una persona).

Pero, aunque todos tenemos mentes-mono, pocos de nosotros advierten esta situación. Quizás sea solamente en la noche, cuando estamos tratando de dormir, que nos enteramos de lo muy indulgente que es la mente con su desorden. Todo estaría bien, ciertamente, si fuéramos monos, pero, aunque parientes muy cercanos, no lo somos. Sin embargo debemos, pareciera, compartir nuestras vidas con ellos. No importa adonde vayamos ni quién lleguemos a ser, fielmente la mente nos acompaña.

¿Si alguien viviera con un mono de verdad, qué haría? Después de haberlo admirado, de haber jugado con él, después haber intentado comunicarse con él, tendría que disciplinarse. Lo enjaularíamos, o lo entrenaríamos. No importa cuanto lo aprobemos en su estado natural, o cuanto nos arrepintamos de intentar engrillar a la naturaleza, a la larga, forzados a vivir con él cada segundo de nuestras vidas, emplearíamos algo de disciplina. De lo contrario nuestras propias vidas llegarían a ser intolerables.

Siendo esto así, es extraño que tan pocas personas hayan tratado disciplinar sus mentes-mono. Esta mente no es menos maleable que el propio animal. Ambos pueden ser educados. Quizás la razón sea que nos incomodamos cuando somos concientes de nuestras mentes. Preferimos ser inconscientes de ellas.

No obstante, poco a poco, la conciencia aumenta. Nosotros, imperfectos, no somos uno con nuestras mentes. Por eso somos diferentes de nuestros primos monos, todo inconsciencia, felices ellos, completos; infelices nosotros, divididos. No llegaríamos a ser concientes de nuestras mentes si pudiéramos evitarlo. A la larga, de cualquier modo, no podemos evitarlo.

Llegamos a ser concientes y saber que nuestras mentes no están completas, sólo son; que no somos completamente, meramente, nuestras mentes. El mono aparece, chillando e inquieto. Estamos forzados a entrenarlo.

El entrenamiento es simple. No la deje agitarse, prohíba sus búsquedas infructuosas, hágala concentrarse. Es más fácil decirlo que hacerlo, usted dirá, pero decirlo es hacerlo. Dígale simplemente que pare. Escuchará (por un momento o dos). Pero en el minuto que usted se relaja, ahí va otra vez. Arrástrela de regreso. De nuevo pídale que se detenga. No le permita que vague sin parar. Péguela a algo.

Imagine una jaula y no le permita salir. Cuando se salga, tire de ella. Tan a menudo como salga y vague, hágale regresar. Esto sucederá muchas veces, y usted mismo llegará a estar muy cansado. Hacer volver la mente-mono es, de hecho, una buena receta para ponerse a dormir. Pero si no deseamos pasar nuestras vidas durmiendo, debemos encontrar una manera de controlar la mente sin dormirnos.

Por lo tanto, entrénela de día así como de noche. No la deje dispararse, brincar, atractiva como ella (y usted) puede encontrar búsquedas inútiles. Llévela firmemente a la rastra, póngala a trabajar, hágala pensar verdaderamente. Dele un problema (un acertijo, un enigma) o simplemente hágala contar.

Crecerá más tranquila, también crecerá más astuta. Mientras usted se concentra en ella, tomará el mismo tema de su concentración y construirá una historia o una probabilidad en él. Antes de que usted sea conciente, con la mente-mono firmemente en mente, se encontrará otra vez compitiendo a través de las copas de los árboles.

Tráigala de vuelta de nuevo. Resista sus esfuerzos de hacerlo pensar en ella. Ignórela y concéntrese en la jaula. Así, no puede escaparse hasta que usted abra la puerta al relajarse. Lo cuál, por supuesto, usted querrá hacer. No solamente por la mente-mono, a la cual, después de todo, por su propia naturaleza le gusta revolotear, sino también por usted, puesto que una vida de intensa concentración es apenas más digna de vivir que una vida de interés a la deriva y transitorio.

Si usted persiste, no obstante, descubrirá que la mente llega a ser dócil. Finalmente, vendrá cuando la llame y se sentará con usted. Quizás no por mucho tiempo, sino por un momento. Cuando esto ocurra la mente-mono finalmente llegará a ser conciente de sí misma, habrá despertado. Y despertar su mente es el primer paso hacia despertarse a si mismo.

El camino a una mente se extiende adelante.


Del libro Zen Inklings, de Donald Richie.


imagen estraída desde aquí

11 agosto 2009

El se iluminó

Es sabido que Ananda era el más amable y cariñoso de todos los discípulos de Buda Gautama, sirvió como su custodio personal por los últimos veinte años, o más, que aquél vivió. Él atendía las necesidades personales del Buda, en ocasiones lo representaba, memorizaba los discursos de Buda y repetía estos discursos en su ausencia, y además, le servía como mensajero. Bueno, tenía mucho que hacer, de hecho, no tenía tiempo para su propia práctica.

Así, para la muerte de Buda, Ananda aún no había alcanzado la iluminación. Cuando Buda estaba agonizando, Ananda lloró, en vez de aceptar lo inevitable con tranquilidad, como las personas iluminadas tratan de hacer.

Después que Buda muriera, Ananda tuvo tiempo para dedicar a su propia práctica. En aquella época otros de los principales discípulos de Buda, organizaban el Primer Consejo Budista, una reunión de todos los monjes budistas para ordenar y consolidar todas las Enseñanzas de Buda.

Ananda quería alcanzar la iluminación para cuando se efectuara este consejo. Así, cada día meditó estrictamente. Pero el día anterior al consejo todavía no parecía estar siquiera cerca de su iluminación.

Esa noche, Ananda lo intentó duramente, pero de todas maneras no conseguía llegar a ninguna parte. Ya era muy tarde, y al final se dijo, "me relajaré y trabajaré para la iluminación después del consejo. No necesito apurarme ahora".

Pensando así, se acostó para descansar. En el momento que su cabeza tocó la almohada, él se iluminó.


Un extraño animal

Un leñador estaba trabajando duramente en unas remotas montañas, cuando apareció un extraño animal que nunca antes había visto.

—Ah —dijo el animal—, nunca antes habías visto algo como yo.

Al leñador le sorprendió muchísimo oír hablar al animal.

—Y estás asombrado de que pueda hablar…

Al leñador también le sorprendió que la bestia supiera sus pensamientos.

—Y de que sepa lo que estás pensando —continuó el animal.

Viendo el animal, al leñador le dieron ganas de atraparlo y llevárselo a su hogar.

—¿Así que quieres capturarme vivo, cierto?

Y si no, quizá podría darle un hachazo y después llevárselo a su hogar.

—Y ahora quieres matarme —dijo el animal.

El leñador se dio cuenta que no podría hacerle nada, puesto que la bestia siempre sabía lo que él pensaba hacer. Así pues, regresó al trabajo, decidido en ignorar al animal.

—Y ahora —dijo— me abandonas.

Apenas pudo trabajar, el leñador se descubrió pensando a menudo en el animal que estaba allí, y la bestia siempre hacía un comentario de acuerdo a lo que pensaba. Deseó que se alejara, y al final le pidió que lo dejara tranquilo.

Aparentemente el animal no deseaba irse. Estaba parado allí, cerca de él, leyendo todos sus pensamientos y no parecía tener buenas intenciones.

Finalmente, no sabiendo qué más hacer, el leñador se resignó, tomó su hacha otra vez, determinado a no prestar más atención a este extraño animal. Y prosiguió, sin nada más en la mente, con el corte de los árboles.

Mientras él trabajaba así, sin pensamientos en su cabeza excepto el hacha y el árbol, la cabeza del hacha voló del mango y dio muerte al animal.








Extraído del libro Zen Inklings, de Donald Richie.

Como un río

Un maestro del zen estaba agonizando, y sus monjes se hallaban reunidos alrededor de su lecho, desde el más antiguo hasta el monje más novato. El monje más antiguo se inclinó para preguntar al moribundo maestro, si tenía alguna lección final para sus monjes. El viejo maestro abrió lentamente sus ojos y en una débil voz susurró, "Dígales, que La Verdad es como un río."

El monje mayor pasó este trozo de conocimiento al monje que estaba a su lado, y así, sucesivamente, fue circulando alrededor del cuarto.

Cuando las palabras alcanzaron al monje más joven, él preguntó, "¿Qué nos quiere decir con que ‘La Verdad es como un río’?".

La pregunta fue de vuelta, pasando por toda la habitación, al monje mayor, éste se inclinó sobre la cama y preguntó, "Maestro, ¿qué quiere decir usted con: 'La Verdad es como un río'?" El maestro abrió lentamente sus ojos y en una débil voz susurró, "OK, La Verdad no es como un río".



Buda en la cocina

Estando en Monte Tiatong, un monje llamado Lu servía como Tenzo (responsable de preparar la comida de la comunidad budista). Un día noté que Lu secaba hongos al sol. Llevaba una caña de bambú pero no usaba sombrero. Los rayos eran tan intensos que los ladrillos del pasillo quemaban los pies. Lu trabajaba duro y estaba cubierto de sudor. No pude evitar sentir que el trabajo requería demasiado esfuerzo para él.

Me acerqué y le pregunté su edad. Respondió que tenía sesenta y ocho años. Volví a preguntarle por qué no usaba asistentes.

—Otra gente no es yo —respondió.
—Tienes razón —le dije—, puedo ver que tu trabajo es la actividad del camino del Buda, pero ¿por qué trabajas bajo este tremendo sol?
Él respondió: —Si no lo hiciera ahora, ¿en qué otro momento lo haría?

No había nada más que decir.
Seguí caminando por el pasillo, sintiendo en mi interior el verdadero significado del rol del cocinero.

Dogen



(imagen extraída de aquí)